Después del decluttering del mes pasado, quedé con algunas prendas en pausa: algunos pantalones con arreglos de bastas por hacer, sweaters para preparar para el invierno, y otras prendas que requerían lavados especiales y demás. Así que este mes me dispuse a lidiar, una por una, con esas prendas que tenían algún arreglo pendiente, con la intención de prepararme para volver a salir de la casa, tarde o temprano.
Coser botones
Siempre me sorprendo cuando me entero de que alguien que conozco no sabe coser un botón, no porque yo piense que debería ser materia de conocimiento universal, sino porque auténticamente creo que es fácil y útil. Muchas prendas incluyen un botón de repuesto; algunas veces vienen junto con la etiqueta exterior (esos siempre los guardo en una cajita) o en ocasiones vienen cosidos a la etiqueta interior de lavado.
Esta vez junté todas las prendas que necesitaban ese arreglo: tenía un par de blusas que compré de segunda mano y estaban con los botones un poco sueltos. También encontré el sustituto perfecto para un pantalón que necesitaba un cambio de botón porque tendía a desabrocharse durante el día. Hasta me puse a coserles los botones a un par de pijamas que habían perdido los suyos en algún ciclo de la lavadora.
Poner botones tiene una cualidad relajante, es un trabajo manual tan sencillo y breve que hasta siento que me desconecto mentalmente cuando lo hago, de la misma manera que les debe pasar a las personas que tejen o bordan (aunque esas son ocupaciones mucho más difíciles y todavía más útiles). Quizás estoy otorgándole demasiado significado, pero creo que tiene un factor terapéutico eso de tener que buscar pacientemente un botón del tamaño adecuado y un hilo de un color similar a la tela, enhebrar una aguja, y coser, alineado al ojal, un elemento que le devuelve inmediatamente la funcionalidad a una prenda. Y por ser una tarea tan simple, la recompensa suele superar el esfuerzo. Ahora bien, yo por supuesto puedo decir esto porque no tengo la obligación de coser miles de botones todos los días; pero, por lo mismo, valoro el hecho de que puedo hacerlo ocasionalmente.
En cuanto al paso a paso de cómo exactamente coser un botón, hace un tiempo publicamos este video hecho con la colaboración de Patricia Ovalle de Manos a la aguja.
Remover pilling
Crecí en una ciudad donde no había estaciones. Podríamos decir que Quito, Ecuador, está en una perpetua media estación. Los días tienden a ser secos y soleados la mayor parte del año, y las noches son más bien frías. Por haber vivido la mayor parte de mi vida allá, antes de venir a Chile no tenía en realidad en mi clóset prendas de invierno propiamente. Así que cuando llegué tuve que ir construyendo esa selección de prendas invernales: abrigos y sweaters que abrigaran en serio. Y, como las prendas que de verdad abrigan representan muchas veces una inversión, también aprendí a cuidarlas para extender su vida útil.
Tengo un par de sweaters de alpaca de SISA que no me saco cuando llega el invierno, porque con ellos usualmente puedo vestirme con menos capas. A finales de otoño normalmente suelo sacarlos del clóset y revisarlos para asegurarme de que estén en las mejores condiciones posibles para el invierno imparable que les espera. Esta vez adelanté la tarea y los saqué para verlos. Los sweaters de fibras nobles, como alpaca, algodón o lana, en mi experiencia, suelen generar menos pilling que los sweaters que están hechos de fibras sintéticas. Pilling es la formación de pelotitas difíciles de remover en la superficie de la ropa. Ocurre cuando las fibras se rompen y se enredan, haciendo que la textura de la prenda se vuelva apelotillada y dura. En un sweater de buena calidad, el pilling es un efecto a evitar desde el diseño inicial del tejido, mediante la elección adecuada de fibras, la estructura de los hilos del tejido y los procesos de ennoblecimiento. Mientras mejor sea la calidad de las fibras, disminuye considerablemente la probabilidad de que se le forme pilling. Y en caso de que les aparezca por roce excesivo, los sweaters de fibras naturales permiten remover estas pelotitas más fácilmente.
Si los sweaters tienen un tejido más bien firme, delgado y cerrado, suelo pasarles una rasuradora en las zonas de mayor roce (a los costados debajo de los brazos, por ejemplo). Y con eso basta. Sé también que hay unas máquinas portátiles especiales para remover pilling (siempre he querido una, pero nunca me he animado a comprarla porque soy medio reacia a los aparatos monofuncionales). Si los sweaters tienen el tejido más bien abierto o grueso, lo que suelo hacer es cortarles con una tijera pequeña las pocas pelotitas que se hayan formado. Lo ideal es lavarlos cuando termina el frío y guardarlos doblados y sin pilling hasta el año siguiente, para que cuando llegue nuevamente el invierno estén listos para usarse.
Hacer bastas
Tenía en mi clóset una serie de pantalones con bastas caseras hechas por mí al apuro. Eran pantalones que compré y me entusiasmaba mucho empezar a usar en su momento, así que les hice las bastas yo misma a mano, para poder ocuparlos inmediatamente. Soy bastante baja, y el 90% de mis pantalones ha requerido hacer las bastas, así que tengo muy aceptado que es un arreglo que probablemente tendré que hacer cada vez que me compro un pantalón. Pero también soy impaciente, y pocas veces hago el tiempo para llevar las prendas donde una costurera. Por eso, muchas de mis bastas provisionales se convirtieron involuntariamente en permanentes. Como mantenía los pantalones en rotación constante, nunca encontraba una ventana de tiempo para poder dejar de usarlos y llevarlos a arreglar. En el verano pensaba: ya llevaré los pantalones de lana en invierno, y en invierno siempre pienso: para qué voy a arreglar ahora los pantalones delgados de algodón o lino.
Durante la cuarentena, todos esos arrepentimientos insignificantes parecen tener más peso. Uno empieza a anhelar la opción de hacer los trámites más insignificantes y romantiza el gusto de sacar esos pendientes que en libertad son tan poco deseables. Aparece la nostalgia por la posibilidad de salir a la calle y lidiar con las cosas simples que en el día a día nunca priorizamos. Por suerte, antes del último encierro vi un letrero chico en mi barrio que decía: Arreglos y costuras de todo tipo, y un teléfono. En uno de esos días abismados de cuarentena decidí escribir a ese número, y me contestó una señora que, para mi sorpresa, resultó ser mi vecina. Vive en el mismo edificio y cose por afición. Se llama Lilian. Le pregunté si estaba tomando pedidos y me dijo que sí, porque en realidad cose por hobby cuando tiene tiempo. Así que un día fui a verla. Le llevé siete pantalones: a cuatro yo les había hecho una basta provisional a mano y el resto tenía las bastas pendientes. Lilian se rió de mis costuras caseras. Le expliqué avergonzada que sé coser pero no tengo máquina, y me dijo amablemente que tendría listos los pantalones dentro de unos días.
Por alguna razón, esa experiencia me recordó con fuerza el respeto que merece el oficio de costurera. Sé coser porque en la universidad tomé un par de talleres sobre construcción de prendas que requerían aprender a confeccionar para teóricamente poder hacer encargos claros de costura a la larga. Elegí una carrera que terminó siendo un mix interdisciplinario más bien libre, donde pude estudiar por cinco años una serie de cosas que en su momento parecían no tener relación alguna, y entre medio de clases de diseño, traducción, arte contemporáneo y estudios culturales, tomé muchos talleres sobre indumentaria. Desde esos cursos siempre me quedó la admiración por las personas que cosen. Es el oficio de muchas mujeres alrededor del mundo, y un trabajo del cual probablemente viven muchas familias. Llevar a reparar esos pantalones me puso emocionalmente en contacto con esa noción, además de convertirse en una oportunidad para conocer a una de mis vecinas.
Sacar manchas
Empecé también a examinar grupos de prendas para asegurarme de que no tuvieran manchas. Revisé algunas que no he ocupado recientemente, por si detectaba manchas que no hubiera visto. Muchas veces uno mete prendas a la lavadora con la esperanza de que todo salga mágicamente como nuevo, y cuando se secan las guarda en el clóset con la idea general de que todo está impecable. Pero la realidad es que algunas manchas pasan desapercibidas y se quedan impregnadas incluso en la ropa que acaba de lavarse, y dejarlas asentarse en el clóset no facilita el trabajo de removerlas. Usé un poco de vinagre para sacar un par de manchas leves del codo de una chaqueta. La había mandado a la tintorería, pero no me había dado cuenta de que unos halos de aceite seguían ahí. También intenté remover unas marcas del puño de una blusa de algodón usando bicarbonato de sodio y agua.
Las blusas de color claro son muy particulares en el cuidado, requieren mucha más atención que otras prendas. De hecho, apareció una blusa que probablemente se manchó con el sol durante el verano, a la que no pude sacarle las manchas ni con líquidos especiales para ropa blanca. Es una prenda que me gusta mucho y tiene valor sentimental, porque fue la primera blusa de una marca de diseño en la que decidí invertir. La compré en un viaje a Suecia en el que me sentía muy afortunada. De momento no siento que esté activa en mi clóset, porque requiere una reparación más intensiva que sigue pendiente. Hay otro caso de una blusa vintage de seda oscura que está viejita y la guardo con cariño, porque la compré en una tienda recóndita de antigüedades en Quito a la que fui por acompañar a una amiga que estaba haciendo el vestuario para un corto. Esa blusa me costó dos dólares y la guardo como un tesoro. Y tengo otro par de blusas de seda que me gustan mucho y las compré de segunda mano pero el color ya está deteriorado. Como la tela está íntegra, decidí guardarlas todas con la intención de teñirlas de otros colores. Nunca lo he hecho, así que me encantaría encargarle el reteñido a alguien que sepa.
Revivir prendas
Se suele decir que no hay acción más sustentable que usar lo que ya existe. En lo práctico, cuidar la ropa es una forma de alargar su vida útil y respetar los recursos materiales que se ocuparon para crearla. También es una manera de honrar el trabajo que requirió hacerla; un gabinete de oficios resumidos en cada pieza. A la vez, tomarse el tiempo para reparar puede traer consigo una sensación de responsabilidad y conexión con las prendas, que también contribuye a este ciclo de cuidado. Suena esotérico, pero creo que tiene cierto sentido: la ropa acompaña experiencias, periodos de vida, cambios, relaciones, mudanzas, de todo. Y esos recuerdos permanecen adheridos a estas piezas que finalmente guardamos y muchas veces quedan rezagadas, como pasa con las memorias que representan. Despertar del olvido y revivir esas prendas puede ser un ejercicio sensible, pero me motiva a mantener un clóset funcional, activo y vibrante, lleno de cosas que me entusiasma ocupar y que permiten ser cuidadas. Es un lujo poder ver y tocar distintas texturas con solo abrir una puerta. Y también lo es saber que tengo la opción de guardar esa ropa en una maleta para acompañarme a donde vaya. Las prendas que reparo son, al fin y al cabo, las que tienen más historias asociadas, y probablemente las que me han dado un hilo de continuidad entre relaciones y mudanzas. Me conmueve pensar que, si tengo suerte, las podré llevar conmigo al siguiente capítulo de mi vida.