Había escuchado de las llamadas morning pages (o páginas matutinas) pero por el nombre tenía la idea de que era una práctica medio categórica, francamente un poco artificiosa. Se trata de una técnica creada por la escritora estadounidense Julia Cameron, en su libro El camino del artista, publicado originalmente en 1992. Consiste básicamente en escribir a mano, todas las mañanas, tres páginas enteras en un cuaderno sobre cualquier tema que tengamos en mente. La idea es usar un estilo de corriente de la conciencia, es decir, escribir lo que sea que se nos cruce por la cabeza.
Se hace esto para lograr una suerte de “drenaje mental”, dice Cameron, con el fin de sacarnos de encima esas ideas ansiosas que dan vueltas y muchas veces no nos permiten acceder a un estado mental más creativo y fluido. Los beneficios, en teoría, van desde motivar, reconfortar, aclarar ideas, priorizar, y otros más altisonantes.
Aunque no he leído el libro donde propuso por primera vez esta práctica, como preparación para este reto escuché una entrevista a la autora en un podcast, y su explicación de la técnica me pareció bastante abordable y menos enredada de lo que mis prejuicios concedían. “La diferencia entre journaling y escribir las páginas matutinas es que para lo primero uno podría decir, por ejemplo: voy a escribir sobre mis amistades. Y no habría una cantidad de páginas específica que llenar, y al escribir uno procuraría atenerse al tema”. Las morning pages, en cambio, son más dispersas, más caóticas, no tienen temática.
Uno de mis reparos con las páginas matutinas era lo arbitrario de tener que escribir específicamente tres páginas todos los días. Pero en el podcast ella explica que esto tiene una razón de ser, y es que durante la primera página y media uno tiende a escribir cosas lógicas o racionales. Pero cerca de la segunda página, el lado racional se rinde, y “ahí aparecen los miedos, la vulnerabilidad”, decía. Aun así, no hay que esperar tener un descubrimiento cada día. A veces se asoman cosas profundas, a veces no.
Según Julia, lo que se hace mediante este ejercicio es “tocar los rincones de nuestra conciencia y traer los pensamientos escondidos a la página”. Sigue sonando místico, pero tiene cierto sentido. Todos tenemos un crítico interno, una voz severa en la mente que nos echa para abajo cuando no hacemos algo tan bien como planeábamos. Ante eso, esta práctica invita a escribir de todo, sin ningún juicio ni objetivo final. No es concretamente para tener el panorama dominado, ni para llenar un cuaderno con observaciones agudas. No se escribe premeditadamente para sonar inteligente, y tampoco es necesario tener argumentos u oraciones sensatas o completas. Se escribe sin pretender que esté bien. Uno podría empezar con una idea y a las dos frases cambiar completamente el rumbo. La clave es no sobrepensarlo. “No existe una forma equivocada de hacer las morning pages”, dice su creadora. “No son arte de primera”.
Como la intención a la larga es ir minimizando el sensor del crítico interior, está pensada para ser una práctica totalmente privada, es decir, que nadie nunca aparte de uno mismo lea estas páginas, justamente para evitar las aprensiones que derivan del miedo a que alguien (incluso uno mismo) haga una lectura crítica de ellas. Julia, que lleva décadas escribiendo las páginas matutinas, dice que, en algún punto después de hacerlo todos los días por muchos años, le dejó de creer tan fácilmente a esa voz dura que vive en su cabeza. Y que al hacer este ejercicio constantemente la voz del crítico caprichoso se vuelve absurda, “como una caricatura”. Sé que hay personas que releen sus morning pages, yo no me atrevo. Creo que si volviera sobre ellas alimentaría a mi crítica interna, lo cual sería un despropósito. Prefiero escribir y no repasar, solo dejar ir. Y se vuelve un desafío, porque mi trabajo consiste en insistir sobre los textos.
Este mes empecé a hacer las morning pages sin establecer un escenario muy elaborado. Solo conseguí un cuaderno y un lápiz, y empecé a escribir algunas mañanas sin pensar mucho en lo que quería decir. Me ayudó tener el cuaderno y el lápiz en mi velador, para verlo en las mañanas como recordatorio. Algunas veces lo hice apenas me despertaba, otras veces junto con o después de tomar un café. De todos modos, hubo días en que no me daba el tiempo, y lo hice en las noches. Julia explica que la idea de hacerlo en las mañanas (de ahí su nombre, morning pages), es que cuando uno escribe en las noches tiende a repasar los sucesos del día que ya tuvo. En cambio, en la mañana uno se dispone a emprender el día que empieza.
Otra recomendación de la autora es que sean tres páginas escritas a mano. Escribir en un teclado otorga velocidad, pero no necesariamente permite profundidad. En mi caso, como gran parte de mi trabajo es estar frente a un texto en el computador, creo que si las escribiera en una pantalla las terminaría viendo como un encargo de escritura o edición. Y, claro, justamente acá no hay que fijarse para nada en la redacción ni en el contenido en sí.
He leído que hay personas que tienen miedo a no tener qué escribir todos los días. La verdad, no veo cómo eso sería un problema. Se puede partir contando los sueños, preocupaciones, cosas que hacer. Todos tenemos de esos tres. O, incluso, se puede empezar diciendo: hoy no tengo nada que decir, no sé por qué, quizás se debe a. No pasa casi nunca que uno no tenga nada que escribir. Yo suelo anotar cualquier trivialidad y usualmente luego termino escribiendo sobre fantasías a largo plazo, deseos, ideas al aire de posibles proyectos que no tienen pies ni cabeza. Las cosas que normalmente no le digo en voz alta a nadie y que no me permito contemplar de forma realista por mucho tiempo.
En cuanto al hábito, sinceramente no me juzgo si me salto un día. Me rehúso a achacarme por no cumplir al pie de la letra algo que hago experimental y voluntariamente. Creo que escribir las morning pages es más llevadero cuando uno lo aborda con flexibilidad, sin rigor. Por lo demás, reconozco que un aparente beneficio de hacerlo todos los días es que uno empieza a ver patrones. Se empieza a notar que hay pensamientos que vuelven a diario, que muchas veces la mente funciona en círculos sin sentido, y que hay frases recurrentes que interrumpen otras; ideas que aparecen cuando uno toca ciertos temas o están siempre rodeando el perímetro de la mente. Dicho en simple, queda en evidencia que uno es un disco rayado.
Cuando el locutor del podcast le preguntaba a Julia Cameron si acaso hay que estar en el mood para escribir las páginas matutinas, su respuesta fue: absolutamente no. La gracia, de hecho, es “hacer que el escribir esté disociado del riesgo de escribir”. No tener miedo a escribir por escribir, a hacerlo sin la conciencia de que se está escribiendo.
Me gusta de las morning pages que son para cualquier tipo de persona: la que no le gusta escribir, la que sí, la que cree que tiene mucho que contar, la que se preocupa por no tener nada que decir, la que puede tomar todo el tiempo del mundo en la mañana para reflexionar, la que tiene una agenda apretada y aun así se da un momento en su recorrido diario, la persona solitaria o la que se hace el espacio en compañía. Lo he dicho antes y lo sigo creyendo: las técnicas de bienestar universalmente accesibles son, para mí, las más atractivas.
Por ahora no podría atribuirle nada exclusivamente a este sistema. Aunque de momento no creo que mi vida haya cambiado por esto, sí la considero una práctica que solo puede hacer bien. Funciona muy bien para tratar de despejar la mente, sobre todo en momentos de ansiedad. Es una forma de sacar lo que está molestando. También sirve para darse la libertad de cambiar de idea arrebatadamente; algo que uno quizás trata de mitigar en conversaciones.
Incluso para los más escépticos y apegados al realismo de nosotros, considero que sí se puede volver un microespacio para inyectar algo de magia. La autora describía estas páginas como “enviarle un telegrama al universo”, diciéndole cómo estamos realmente. Para ella tiene que ver más con un asunto místico, asociado a la creatividad y a lo que llama el verdadero yo. Yo lo veo más como una herramienta práctica, optativa, inofensiva. Y estoy abierta a ver los beneficios a largo plazo.
En cuanto a temas prácticos, recomendaría no revisar el celular antes de empezar a escribir en la mañana, para no sugestionar o alterarse intencionalmente con temas externos de entrada. Hay personas a las que les sirve usar un cuaderno cualquiera, para no tener dudas de si rayarlo libremente. Hay otras a las que, en cambio, las motiva tener un cuaderno dedicado y especial. Depende de cada uno. Lo que sí, es agradable usar un lápiz con el que uno se sienta a gusto escribiendo. Es una pequeñez, pero creo que ayuda a escribir más fluidamente.