Paradójicamente me tomó bastante tiempo sentarme a escribir sobre esto. Pese a que es un tema que me interesa y que llevo trabajando hace bastante tiempo. Pero encontrar la forma y el fondo para expresarlo, no parecía tarea fácil. Y de hecho, no lo es.
Uno de los impulsos que me llevó a comenzar fue justamente un post en nuestra plataforma, donde se hablaba del método o forma adecuada de vivir slow. Como ya he comentado en otros artículos, cada uno hace lo mejor que puede desde su vereda y lo importante será la intención que eso tenga, porque lo que para alguien significa bajar el ritmo, para otro puede no ser lo mismo.
Cuando se habla de temas como el tiempo, el éxito y la productividad, es muy difícil no cuestionar nuestros hábitos, metas y organización y cómo todo es medido por nuestra sociedad. De alguna u otra forma estamos condicionados a mantener un ritmo acorde a la sociedad y ciudades que habitamos. ¿Será que una persona que vive en regiones más extremas tiene una noción distinta del tiempo frente a una persona que vive en una gran ciudad?
A raíz del documental “La sociedad del cansancio” de Byung Chul Han (también está el libro para los bibliófilos), filósofo koreano radicado en Berlín, me surgieron inquietudes que quizás más de alguno puede tener. ¿Por qué nos sentimos cansados? ¿Cuánto está costando el cansancio? ¿Estamos disfrutando el proceso?
Justamente aquí es importante considerar el tiempo y la importancia que se le dedica al proceso. ¿Será por eso que hoy en día es tan valorado el oficio y la industria slow, donde respetar los tiempos naturales de las cosas y las personas se ha convertido en un lujo poco alcanzable para muchos, pero muy valorado por todos y todas?
Byung Chul Han plantea la teoría de que todos y todas, como individuos pertenecientes a una sociedad de consumo, nos explotamos apasionadamente hasta colapsar. Esa “libertad” que sentimos al decidir autoexplotarnos, es en realidad una ilusión falsa, que solo se alimenta del sentimiento de autoexigencia y de lo que “debemos hacer”. Donde el resto tiene un poder sobre nosotros, que nos exige día a día superarnos en una sociedad orientada a los logros y más aún, a la competencia.
¿Y el proceso, dónde queda?
Creo que todos y todas nos vimos en la obligación de frenar, mirar, habitar el silencio y la incertidumbre y contemplar nuestro alrededor debido a la pandemia. ¿Cuándo, antes de esto, nos habíamos dado el tiempo de mirar a nuestro entorno, de cocinar con más calma, de disfrutar pequeños gustos o incluso, descubrir otros nuevos?
Desde los primeros días de infancia fuimos inculcados bajo el lema de ser los mejores, los más exitosos o los más ricos. Mención honrosa a quién fue mi psicólogo durante un tiempo y me marcó con esta frase: “Bueno, ¿y si no soy el más exitoso o el más destacado, qué? ¿No soy nadie?”.
En este afán de avanzar, avanzar y avanzar es que me preocupa el poco tiempo que le dedicamos al proceso. Escuchando el capítulo “¿Productividad o Agotamiento?” de Se Regalan Dudas, mencionan la preparación a la que estamos sometidos constantemente para la etapa siguiente, para lo que venga después, sin considerar en realidad lo que está sucediendo en el momento y hacia dónde estamos apuntando la aguja.
Un buen ejercicio que puede colaborar a nuestro desarrollo personal —en una sociedad orientada a la optimización y los logros— es el poder detenernos y evaluar realmente qué es la productividad para nosotros. Evaluar las actividades que nos generan bienestar, placer o si estamos respondiendo o actuando sólo por “quedar bien”.
Siempre es un buen momento
Hace unos días me topé con el último libro “La Revolución Reflexiva”, del escritor chileno Humberto Maturana y Ximena Dávila. Una frase que aparece en el libro, podría apuntarse directamente a este tema: “Si queremos convivir, entonces vamos a ser honestos y no vamos a hacer trampa, nos haremos cargo de todo lo que hemos observado que antes no veíamos”.
Desde una perspectiva personal, algo que nos ha dejado esta pandemia es la capacidad de pensar las cosas y de mejorar, o al menos intentarlo. Me quedo con una de las frases de nuestra editora, Pilar Uribe, que me hizo sentido: “Personas afortunadas de tomar decisiones. Eso somos. Y eso, nos obliga a vivir atentos”. Espero que también les resuene en ustedes.
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