Aquí estoy, sentada escribiendo mi primer artículo para Franca. Vistiendo mis pantalones Zara y mi sweater H&M. Ambos son de segunda mano. Los compré en una plataforma de ropa usada, por un precio similar a lo que me costarían nuevos, pero el hecho de adquirirlos en una tienda de segunda, me hace sentir menos culpable. De alguna u otra forma, lograr satisfacer mi “necesidad” de comprar ciertas prendas, dándole un segundo uso a algo que ya estaba en circulación y no comprar algo nuevo, y seguir fomentando una industria que mundialmente produce más de 60 millones de toneladas de ropa al año, se siente bien.
Probablemente si estás leyendo esto es porque te interesa la sustentabilidad, ser consciente con el mundo que habitamos o al menos, sientes curiosidad por el tema. Sea lo que sea, es un paso y eso siempre es más que nada. Sabemos que no hay opción o solución perfecta en esta búsqueda, como hemos estado hablando estas semanas a raíz del lanzamiento del documental “Se abrió Paca”, todo tiene un impacto ambiental y social. Por lo tanto, no busquemos la perfección, sino la acción.
¿Por dónde iniciar?
Si empezamos a analizar el fast fashion podemos encontrar muchísimas razones por las cuales no consumirlo. Pero, seamos honestos, alejarnos de la moda rápida es un proceso. Su alto ritmo de producción y de poner a nuestro alcance las últimas tendencias de las pasarelas, de la calle y de las redes sociales, no ayuda. Al contrario. Pero es aquí donde podemos hacer nuestra primera parada y preguntarnos: lo que me están mostrando, ¿es realmente tendencia para mí?
La idea de que “eres lo que vistes”, aún tiene un peso enorme en nuestra sociedad. Lo que alguien se pone, da la impresión de cómo es en realidad esa persona. Muchas veces es intencional, otras se da naturalmente. Un ejemplo es Donatella Versace, quién por medio de su trabajo, ha buscado empoderar a las mujeres, o Stella McCartney quien afirmó que “puedes tomarte la moda todo lo serio que quieras, pero en el día a día siempre es política, porque son personas expresándose”.
Sea cual sea la razón, el cómo y qué vestimos es un acto que comunica y por ende, forma la primera impresión de alguien. Entonces, una segunda parada podría ser: ¿es realmente que consumimos moda para presentarnos al mundo de cierta forma, más allá de identificarnos con nosotrxs mismxs?
Creo que no hay arma más poderosa (y a veces de doble filo) que conocerse a unx mismx. Si todas y todos hiciéramos este ejercicio podríamos indudablemente empezar a seleccionar con mayor cuidado las prendas que compramos o mejor dicho, el por qué las compramos.
Más de alguna vez habrás escuchado sobre el famoso cuestionario “¿necesito comprar esto?”, el cual, antes de comprar una prenda, te invita a hacerte una serie de preguntas, tales como: “¿me aporta algo?” “¿me tengo que endeudar para comprarlo?”, entre otras. Pero creo que antes de estas preguntas, yo plantearía el por qué estoy comprando, más allá del qué estoy comprando.
Independientemente si compras un sweater nuevo en el retail, de secondhand o de una diseñadora nacional que usa textiles orgánicos y sustentables, lo importante es centrarse en el acto mismo del consumo. Con esto no digo que dejemos de comprar, pero sí que lo hagamos desde la conciencia y desde el autoconocimiento.
La culpa de la compra, ¿de dónde viene?
Me parece interesante plantearnos el tema de la culpa. Tal como inicié este artículo, el sentir “menos” culpa frente a un acto de compra que auto-avalúo como “más sustentable”, nos da la oportunidad de reflexionar sobre este punto. Muchas veces, esa culpa y auto-castigo nos incitan a comprar, ya que es algo “prohibido”, es tomar un riesgo sobre una acción que quizás podría no estar haciendo.
Si nos centramos en lo que es la actitud de compra de un consumidor, podríamos afirmar que la actitud en sí está relacionada con las creencias propias de cada persona (por ejemplo, consumir productos veganos, ecoamigables, etc.), por lo que traicionar esa creencia podría derivar en un sentimiento de culpa.
A menudo, justificamos esa culpa con un capricho: porque “lo merezco”, “por algo trabajo”, etc. Pero finalmente el “capricho” de comprar algo se puede analizar dos veces, para así descubrir que hay muchas otras cosas que pueden aportarnos bienestar y placer, y no necesariamente están asociadas con un acto de compra.
En el libro Shame and Guilt (Tangney & Dearing, 2002), el autor plantea que “la ansiedad puede estar vinculada a los sentimientos de culpa que conducen a la tensión, el remordimiento y el deseo de reparar la transgresión cometida” (“…anxiety can be linked with guilty feelings that lead to tension, remorse, and the desire to repair the transgression committed”). Esta última frase, puede ser aplicada a los conceptos que estamos uniendo, es decir, culpa, consumo de prendas de moda rápida y una búsqueda constante de soluciones o “perdones” al respecto.
Esto cobra aún más sentido, cuando lo analizamos desde una perspectiva de «círculo vicioso», donde el acto mismo de comprar fast fashion se ve “perdonado” por la acción de vender esa misma ropa bajo la lógica de la “ropa de segunda mano”. Un ejemplo de esto puede ser aplicado en otro rubro: el del reciclaje. El sentimiento de culpa, y el aporte a la lucha contra el cambio climático, se mide en la cantidad de productos que usamos día a día y que podemos reciclar. “Entre más productos pueda reciclar, mejor me siento”, cuando en realidad el aporte podría ser mucho mayor si solo se bajaran los niveles de compra de ítems de un solo uso o desechables.
Dicho esto, creo que el debate de ser “más o menos sustentables” debe ir más allá de la compra en sí. Debemos abrir las puertas de nuestro armario y comenzar a evaluar las actitudes que nos llevan a construirlo, en qué derivan y considerar las dependencias que estamos creando de forma consciente e inconsciente. Está claro que más ropa no resolverá nuestras angustias, por lo tanto, echar mano a las emociones que habitan en nuestro clóset, podría ser un buen inicio.
¿Existe una forma de consumir fast fashion de forma consciente?
Un buen ejercicio para iniciar a consumir de forma más amigable con el ambiente, con las personas, con nosotros mismos, es priorizar calidad por cantidad. No digo que calidad sea igual a comprar un pantalón de 300USD, sino que, reitero, empezar por conocernos a nosotros mismos y reconocer marcas que se acomoden a lo que a nosotros nos sienta bien y esté acorde a nuestro presupuesto.
Por ejemplo, si a una persona le acomoda el calce de pantalones de X marca de retail, guarda esa cuota de consumo de moda rápida para comprarte solo pantalones ahí. Para el resto del look, puedes reutilizar y ser creativo con lo que tienes, intercambiar o arrendar, ordenar tu clóset y armar tenidas con una misma prenda y así sacar varios looks.
A menudo se trata de buscar un equilibrio, donde uno pueda sentirse bien con uno mismo y a la vez aportar, dentro de nuestras posibilidades, a construir un mundo mejor. Aplíquese esto a todos los aspectos de la vida.